Todos somos murgueros en potencia
MARÍA EUGENIA GAUDIO
Tallerista, Lic. en Artes Visuales y murguera
La murga llega a mi vida porque, en un proyecto de la escuela, mi hermana tenía que hacer un evento de murga. Fuimos a la murga del barrio de San Cristóbal, “Resaca murguera”, junto con otras amigas que tenían la misma edad de mi hermana. Empezamos a ir a ensayar para aprender un poco de la técnica y nos quedamos en la murga. En ese momento teníamos 12 o 13 años. Lo más loco de todo esto es que mi vieja se empieza a incorporar dentro de la murga para llevar el agua y acompañar, hasta que llegó un momento en que empezó a presentarnos, hacerse el traje y ser parte de esto. El día de hoy tiene 71 años y baila junto con todas las abuelas de la murga. En ese momento fue muy fuerte, porque marcó una huella muy importante dentro de nuestras vidas. Por aquel entonces, las murgas porteñas eran muy machistas. Cuando teníamos 14 o 15 años, empezamos a pertenecer al escenario y a participar de las decisiones. Se generaron un montón de vínculos (todos más o menos de la misma edad), con los que hasta el día de hoy seguimos en relación y en red.
Yo empecé a estudiar artes visuales y, en un momento, una de mis compañeras de la murga me dice: “Che, hay una posibilidad de ir a trabajar a una escuela dando taller de murga, ¿te interesa?”, y le dije: “Sí, me interesa.” Mandé el currículum y, cuando voy a la entrevista, me comentan de qué se trata: una escuela en Banfield que se llama “Bertrand Russell”. Me toman para trabajar con salas de 2, 3, 4 y 5, en los talleres de murga. Se armaban parejas pedagógicas donde los hombres tocaban la percusión y las mujeres dábamos taller de baile; se trabajaba en conjunto. Como yo tenía conocimiento de murga se aplicaron, también, el maquillaje, el traje, las canciones y el desfile. Cada uno en su etapa evolutiva. Por ejemplo, con los nenes de sala de 2 trabajábamos con globos sobre toda la parte expresiva de los brazos y, después, lo traducíamos en el proceso de cada etapa. Una vez al año, o dos, se salía con la murga de la escuela, que iba de jardín a primaria. La escuela, además, tenía un taller de percusión de secundaria que producía música y participaba dentro de esto. Por ahí salíamos a otra escuela que nos convocaba para el espectáculo. Esto era en una escuela privada de Banfield (trabajé casi 6 años). Era un taller extra programático. Los chicos iban a la mañana y tenían dos veces por semana el turno tarde, cuando se quedaban a ese taller que se compartía: mitad de la hora para natación y mitad para murga. Es decir, de ese colegio todos pasaban por el taller de murga, era un proyecto institucional.
La murga tenía su estandarte y habíamos armado los trajes y toda la parte del maquillaje. Se hicieron talleres de bordado con los padres y talleres de maquillaje con los chicos, para enseñarles a maquillar y que pudieran hacerlo entre ellos mismos. Desde la parte de plástica se hicieron algunas cuestiones, como muñecos o parte de la decoración del estandarte. Siempre se trabajaba desde lo colectivo. Por ahí, a veces, tenías a algunos alumnos que eran más sonoros que corporales y les dábamos más estímulos que tenían que ver con la percusión; y al resto del grupo le dábamos más estímulos que tenían que ver con el baile. Todo se encastraba de determinada manera, y después se armaban desfiles con toda la escuela para practicar todo lo que se había generado. En base a lo que ellos tenían, armé todo un programa de actividades. Con la profesora de primaria, que también era murguera de “Los descontrolados de Barracas”, habíamos armado algunos encuentros de primaria y jardín donde se dialogaba.
Al tiempo empecé a trabajar en otras escuelas y comencé en la “León XIII” (que es de los salesianos de Don Bosco). Entrevista de por medio, la directora del jardín me dice: “Acá hay un murga en primaria.” Pasó el tiempo y me llaman de primaria para convocarme al taller. Terminé dando arte y murga. En ese taller había chicos de primero a quinto grado; más de 80 alumnos, 2 profesores específicos de música, y yo para la parte de baile. Armamos todo un desfile y, lo que era interesante, es que para los pasos, como en la otra escuela, trabajaba con determinadas palabras o símbolos que significaban el cambio de paso o desfile. En la murga, le decimos “borracho” a un paso, pero en el colegio no podemos decir eso; así que hablábamos de “mareado” o “surfista”. Usábamos otro tipo de lenguaje más apropiado para la escuela y se hacía todo el desfile. El símbolo estaba en los dos lados: en lo gestual y en el lenguaje de la canción. Otra cosa que siempre trabajo es el tema del cuerpo y la relajación antes de bailar o de tocar. Los niños están conectados con algunas cuestiones rítmicas internas y, por eso, también creo que la murga tiene mucho que ver con la tierra y con lo terrenal. Hay una relación entre el ritmo y el niño que después vamos perdiendo cuando crecemos. Lo interesante de la murga es lo colectivo. En esta propuesta del colegio Don Bosco se trabajaba multiedades (tenías de primero a quinto grado). Quizás, los pibes de quinto eran los coordinadores que armaban los desfiles y les enseñaban a los más chiquitos. Ahí se armaban jornadas de maquillaje y de bordado (los pibes bordaban con aguja e hilo y se ayudaban entre ellos). Nosotros trabajábamos desde lo grupal con multiedades para que pudieran trasladar el conocimiento. Se quedaban a la tarde en los talleres extra programáticos y los hacían todos. Para la percusión, al no tener tantos instrumentos, iban rotando. A mitad y fin de año se hacía la muestra del taller. Los profes de música sabían el ritmo porque uno de ellos pasó por la murga. Entonces, se habían armado canciones y los pibes cantaban dentro de un escenario; era un corso. Los padres venían a vernos y los chicos creaban nuevos pasos o aportaban distintas ideas. Tenías alumnos que eran más visuales y te decían: “Estaría bueno poner globos. Estaría bueno poner cintas.” A eso también se le iban agregando cosas. Una vez que se observaba todo el desfile, se sumaban todos los padres a bailar o, capaz, durante la semana, los padres te traían los apliques (los chicos se los llevaban para que los papás colaborasen). A la directora de ese momento le encantaba la murga, venía a los ensayos y bailaba con nosotros o agarraba una bandera.
Era un proyecto institucional y la murga se llamaba “La murga de los leones”. Teníamos un paso que era como un león, asociado con la murga tradicional. Después, teníamos seminarios para armar canciones, clases de bordado y de maquillaje. Eso se ensamblaba en el momento donde se exponía ante los demás. Lo que hacíamos, muchas veces, era escribir los pasos o dibujarlos. A los nenes de primer o segundo año que les costaba más escribir, les hacíamos dibujar para recordar los pasos que venían. Para los pibes era súper emocionante. Nos decían: “Queremos salir más, ir a otros lugares.” Eso estuvo bueno. Al trabajar en primaria y en jardín, ahí lo que hicimos fue armar un proyecto más acotado para los de jardín de infantes. En ese caso, ese año el proyecto institucional era el reciclaje, entonces hicimos la murga a través del reciclado: bolsas, pintura y cosas que fuimos armando. Todos los pibes terminaban disfrazados con trajes en forma de levita, los instrumentos también los habíamos hecho de reciclado, y los chicos habían hecho una canción que tenía que ver con el reciclado. Llevé a los nenes de jardín a visitar a los de primaria para que vean la experiencia y ensayen una vez con nosotros. Es decir, se armó todo un ensamble súper interesante donde los pibes pudieron ver el encastre que hay en la percusión. Cuando se ve todo el conjunto pueden descubrir un montón de situaciones que tienen que ver con lo colectivo, con el compartir, con lo jerárquico pero, también, con los distintos roles que puede cumplir cada uno.
Esta escuela “León XIII” no hace actos escolares, salvo un evento que es la “expo-León”. Por ejemplo, un año instalamos una playa dentro del aula (cajón, arena, cielo), porque los pibes habían salido a la reserva ecológica y tomaron fotos (los nenes de jardín). En la otra sala instalamos un bombo. En ese evento aparecía la murga o, a fin de año, una vez que terminaba todo, hacíamos el evento con todo, el carnaval de la escuela. El 24 de marzo, en jardín, se trabajó desde el lugar de la memoria, qué es, y armando conceptos desde lo simbólico (se apela a otro lugar). Todo lo crean ellos. Nosotros ponemos los elementos y ellos empiezan a armar, escribir y dibujar sobre eso. Se sociabiliza mucho. En la murga fue muy fácil trabajar con eso, porque los pibes ya lo traen y la escuela ya lo trabaja.
También trabajo con secundaria en escuela pública, el “Comercial 5”, que queda en Independencia y Entre Ríos. Tengo un montón de alumnos murgueros, pero no les digo que soy murguera porque me ven como una coetánea a ellos. La población que viene es de Bajo Flores y Soldati, pero hay pibes de San Cristóbal y demás, pero el grueso viene de ahí. Tenemos un proyecto de armar un taller que tenga que ver con la murga porque hay un gran porcentaje de alumnos que participan directa o indirectamente. Hay material para laburar con los pibes. Ahora, por ejemplo, doy un taller que tiene que ver con plástica y teatro, porque en las escuelas públicas se da teatro (lo cual es fabuloso que ocurra, porque con el cuerpo se empiezan a abrir otras cosas). Antes era o música o plástica. En cambio, ahora los pibes pueden elegir entre plástica o teatro, y está buenísimo poner el cuerpo. Mi paso por el IVA y por expresión corporal, hace que en mi trabajo cotidiano (que es plástica) pueda poner el cuerpo, pero muchas veces hay docentes que no lo hacen. Para mí es una etapa clave para los pibes: el tema del cuerpo, de la exhibición y del registro del otro. Es interesante porque en toda la primera etapa trabajamos con los pibes sobre el maquillaje y la caracterización, para después desplegarlo en plástica y en teatro en distintas cosas; cada una después arma el camino. Es impresionante cómo sale lo de murga: se trata de algo que tienen muy directo, en el barrio, y en el día a día. Cuando hablamos de maquillaje, les digo: “¿Qué maquillaje conocen?”, y me responden directamente que el de murga; pregunto cómo es y se ve que hay un montón de registro. Ahí empezás a rescatar que hay pibes que participan de la murga y que tienen la murga adentro del barrio, donde va alguna amiga o donde la mamá cose. Después, algunos te dicen: “Yo bailo en tal murga”, o “Yo toco en tal murga”. La idea es que, como se registró todo esto dentro de la escuela, se pueda armar un taller de murga con los pibes (con toda la parte de percusión y de baile) dentro de la escuela. Parte de la identidad de la escuela pasó por un montón de procesos y por varios directores; se trata de una escuela muy estigmatizada por un montón de cosas. Es una escuela que ni siquiera tiene centro de estudiantes; hay que rearmar las cosas. Como viene toda una situación de empezar a cuidar la escuela porque la escuela se estaba destruyendo a pedazos, pensamos de qué manera podíamos colaborar, desde qué lugar. En este sentido, me parece interesante trabajar desde la murga y de lo colectivo, para trabajar en red.
La murga es algo que atrae, es el día a día del pibe. Hay productos maravillosos. No necesitás millones de pesos para armar una murga. Me parece que en lo estético tienen que ver un montón de cosas, y no pasa por que tenga el traje impecable sino que hay un montón de bellezas que tienen que ver con otra cosa, con lo genuino. Hay una profesora de lengua y literatura que toca la guitarra y tiene mucha llegada con los pibes, entonces armamos redes con ella y con la profe de teatro. Siempre hay un pibe que te dice: “Yo toco el redoblante, yo toco tal cosa.” En la escuela hay bombo y platillo que nadie sabe de dónde salió pero está ahí. Están abiertas las puertas, y la murga nos va a dar pertenencia con los pibes. Nos va a dar identidad. Estamos armando todo el proceso con el racconto de los pibes que se van a sumar.
Tengo seis escuelas: dos privadas y el resto públicas (todo secundario). En las públicas doy clases de plástica, pero solo meto murga en esta donde estamos armando el proyecto. En las demás hubo algunos eventos puntuales. Por ejemplo, en el “Comercial 17”, que está en Paternal, se armó una murga para el ultimo día de clases con los pibes para la entrega de diplomas. Ahí, de repente, aparecieron un montón de profesores y preceptores, raramente, bailando. Había conseguido una donación de goma eva con la que hicimos las galeras. Armamos con los pibes toda la parte visual: levitas, banderas y darle brillo a algunas cosas. Me había tomado horas de mi clase para hacer eso. Estuvo bueno porque para este año se pensó realmente en armar un desfile. Salió buenísimo porque fue un momento donde los pibes entregan los diplomas, están los padres y, de repente, entra la murga. Y eso se armó solo un mes antes.
Con los pibes de primaria y de jardín, cuando empiezan a trabajar lo corporal y lo musical y todo se empieza a encastrar, lo que hacíamos era mostrarles videos y documentales del proceso de una murga y sobre percusión, para que tomaran las dimensiones de lo que es y significa la murga. A partir de eso se armaban diálogos de lo que se estaba observando. El tema de los instrumentos es bastante complicado, sobre todo pensar de qué manera los reemplazamos. Durante una etapa habíamos armado un seminario dentro del taller de murga que era la construcción de instrumentos (que podían ser de viento, de percu, de lo que sea), para que los pudieran armar los pibes: armarlo, diseñarlo, dibujarlo. Habíamos conseguido tachos y los habíamos pintado con ellos. Los pibes estaban todo el tiempo generando y armando cosas, aportando en esa situación. En un momento habíamos diseñando unas correas para que se los cuelguen. Los pibes traían sus propias ideas o instrumentos de su casa.
Hay un montón de momentos visuales y plásticos que dentro de la murga no están considerados como tales, sino como en un tercer plano en la fantasía. Pero para mí, todo eso tiene que ver con lo visual. Cuando ves una murga, ves la totalidad, el conjunto. Luego podés ver el detalle y hacer zoom en cada espacio. También es importante la parte de presentación de la murga, con las banderas, los colores, la fantasía que produce la misma gente (el vecino, el compañero, el murguero) que no son especialistas. Cuando me pongo a enseñarle a un pibe a bordar y a armar un diseño estoy produciendo arte, algo estético; o cuando armamos una máscara o un cabezón y decidimos quién tiene que ser ese personaje. Ahí está lo plástico y lo estético; la murga es muy visual. Si bien tiene toda una parte literario-musical, hay toda una parte estética de la composición y de por qué elegís esa imagen. Qué significa ese aplique que es tu identidad. Por ejemplo, en el diseño los chicos armaban la hoja, hablábamos del retrato y yo, por ahí, les llevaba imágenes o retratos de distintos artistas; a partir de eso armaban los diseños que querían tener para su rostro. No había un stencil único. Uno tenía su boceto y el compañero se lo hacía, y luego viceversa. Se trabajaba sobre el reflejo, con ejercicios en espejo, juegos con el cuerpo y el desplazamiento a través del espejo. Los pibes están conectados con la forma, con el color y con la percepción de lo que están viendo. Eso también pasa con la murga. Hay una liberación que tiene que ver con el cuerpo y con el ritmo, bien de tierra, con el desplazamiento y lo antropológico.
No me imagino mi vida sin la murga porque es algo que te atraviesa. Me parece que, quizás, a los pibes esa propuesta en una escuela no les va a cambiar la vida, pero sí les va a dar unas herramientas que tienen que ver con otro orden. Dentro de la murga tenés un tempo, un ritmo donde sí están la matemática, el arte, la literatura. Reunís un montón de cosas que tienen que ver con los contenidos, que por ahí no está legitimizado pero están. Lo que me pasó fue que con pibes a los que en todas las materias les iba muy mal, venían a murga y eran cracks bailando o tocando. Más allá de la escuela, hay que ver qué le podemos posibilitar a cada pibe. Si este pibe es muy musical, busquemos algo que tenga que ver con eso. Me ha pasado con madres que me han dicho: “Mirá, el pibe está todo el día con la pava, dale que dale que dale con el sonido.” ¿Qué hacemos con eso?: se lo llevamos a los padres y lo trasladamos. Con los docentes por ahí no tenés espacio para armar algo interdisciplinario. Si es un proyecto institucional es genial, porque ahí podés atravesar. Hay un montón de cosas que atraviesan a la murga pero no vemos.
En las escuelas donde trabajé y sigo trabajando, la murga está muy presente, porque los pibes atravesaron todo un proceso desde el jardín hasta la primaria, y algunos en secundaria también siguen con el profesor. Tienen esa posibilidad y hay materiales para tocar. Antes cada uno hacía lo que creía que se podía hacer desde su lugar y nada se asociaba. Obviamente, los docentes sabían que existía el taller y demás, pero es como decir: “A la tarde hay fútbol, y está buenísimo, pero no tiene nada que ver con mi materia, y yo no puedo hacer nada con eso”, algo bipolar, algo diferente. Yo usé un material curricular y armé mi planificación acorde al formato que tenía y a los pibes. Muchas veces nos servía eso que armábamos para pedir: “Che, necesitamos un parche”, “Che, necesitamos maquillaje, porque vamos a hacer esto” (así como pido papel glasé). Con los pibes más grandes trabajamos el texto de Julio Cortázar “Corso”, y a partir de eso imaginamos cómo podía ser un corso y dibujábamos. Hay un libro infantil que se llama “El carnaval de los disfraces”, que trata de un animalito que se disfraza y, luego, todos los demás animales se disfrazan de otros animales. El carnaval tiene que ver con eso: la transformación y la traspolación. Contábamos un cuento y se generaban disparadores de distintas cosas.
La murga es una cuestión social y política, como la crisis de 2001. Todo eso hizo que en los distintos barrios se vayan armando redes. Si bien la murga es muy territorial, te podés encontrar con coetáneos que comparten los mismos códigos. Hay algo que tiene que ver con el sentimiento que es súper interesante y que se empieza a entretejer. Cuando era más chica y veía murgas, eran chabones atornillados al poder hacía un montón de tiempo con un determinado pensamiento súper doctrinario, cerrado y con cargos políticos. Yo pensaba: “Yo no quiero eso, a mí no me representa”. Hoy hay un montón de pibes y siento que esto va a crecer cada vez más. La murga se está legitimizando; no solo porque hubo una ley que la legitimizó, sino porque hay pibes que pueden producir más allá de la murga: “Los Garciarena”, “Los prófugos del Borda” son murgueros. Hoy llenan un centro cultural o un teatro. Desde mi lugar, digo: “Son coetáneos míos y está buenísimo defender el género porque creo en él”.
Si bien la escuela no tiene esta cosa de pertenencia, como tiene la murga, sí hay una cuestión de lo que confluye y está bueno tomarlo para poder armar algo. Veinte o treinta años atrás era imposible llegar a una murga. Hay muchos roles. Si no puedo bailar, puedo tocar o puedo sacar fotos. Todos somos murgueros en potencia, falta que se dé ese espacio, y la escuela es un ámbito fundamental.
Conversaciones de «Semillero murguero : formar con murga para la inclusión» / Carlos Iglesias – Rumbo Sur, 2017.