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La Nostalgia wichí – Guadalupe Barúa

RELATOS /  Pueblos Indígenas

La Nostalgia wichí

Guadalupe Barúa

El vocablo “nostalgia” forma parte de nuestro acervo intelectual y del habla cotidiana. No obstante, en las lenguas modernas se debió crear una palabra para nombrar este multívoco sentimiento fusionando dos palabras griegas: nostos (‘regreso’) y algeo (‘pena’ o ‘dolor’). Actualmente, el término ha perdido aquellas connotaciones dramáticas por las que debió ser creado (Starobinski y Kemps 1966)…

RELATOS /  Pueblos Indígenas

La Nostalgia wichí

Guadalupe Barúa

Investigadora del conicet.

El término nostalgia no posee un equivalente semántico en el idioma wichí. Sólo contamos con una constelación de lexemas que, juntos, parecen poseer un significado equivalente. Dichos términos son hések itatlin (‘el alma extraña’), koijáj (‘alegría’), o’kojlí (‘estar contento’), kyutihlí (‘estado de enamoramiento’), hwislék (‘sueños visionarios’) y tahwilí (‘cantos-lamento’) expresión que parecería formarse a partir de la raíz del verbo ‘llorar’ (-tahlín-). Por último, destacamos nam chamaj (‘eventos aciagos’) y, sobre todo, oitáj que remite ala pena física, emocional, espiritual, mental, individual y social. Entre los wichí, la nostalgia suele ser entendida en primera instancia como la combinación de los estados previamente mencionados y puede ser mortal aun en la actualidad. Cuando los wichí se alejan demasiado de su aldea y no hallan el camino de regreso, cuando el hések los abandona, cuando se pierde o se aleja un ser querido, o cuando se ven negados dela aceptación social y afectiva, los wichí pueden ser arrastrados hacia la enfermedad y la muerte mediante el suicidio247. Sin embargo, todo ello parece basarse, en última instancia, en una razón existencial: el verse privados del mundo pleno de sus ancestros míticos entrequienes prima el estado de communitas y obligados a la sociabilidad artificiosa del mundo actual que requiere del enmascaramiento cultural y de la vigilancia constante de las conductas, actos, pensamientos y emociones. En tal sentido, cualquier descuido puede provocar la huida del hések, hecho que interrumpe la buena voluntad generando el conflicto y la asocialidad.

Entre los wichí la interacción con el mundo actual, al que ellos consideran trastornado por los eventos, las faltas, los descuidos, el mal acontecer, se desliza por carriles extremadamente delicados a tal punto que los comportamientos, los pensamientos y las emociones se delimitan con altísima precisión. La visión wichí del mundo originario contrasta marcadamente con la vivencia del mundo actual ya que antiguamente los humanos se caracterizaban por una existencia despreocupada, sin temor y no represiva. En este sentido, el estado de communitas, de comunidad moral o de sociabilidad natural se opone a la “sociabilidad restringida”248 del mundo actual. En este sentido, para que la buena voluntad entre prójimos pueda hacerse efectiva “el egoísmo ha de estar supe ditado al altruismo y la autoexpresión al autocontrol” (Palmer 2005: 110). Esto implica elcontrol de las emociones, las limitaciones del deseo y el comportamiento altamente estereotipado. No obstante, existen ámbitos para la espontaneidad y la libre manifestación de las emociones. En éstos se ubican los cantos.

Refiriéndose a los achuar de la Amazonía ecuatoriana, Anne Christine Taylor (1996: 404) señala que cada unidad sociocultural está particularizada con respecto a otras  clases de humanos o de poblaciones, por un stock propio de apariencias y por una comunidad de comportamientos sociales. Así, cada aldea o conjunto de aldeas interrelacionadas se percibe como una especie. Esto conlleva la necesidad de enfatizar la presencia de una muy concreta barrera entre prójimos y ajenos, aunque ésta constantemente se abra o se cierre dependiendo de las relaciones circunstanciales con los ajenos, sean de la misma etnia o de otras. Entre los wichí esta disparidad entre propios y ajenos se refleja en la necesidad de domesticación del yerno al que se considera ignorante de las reglas de convivencia locales, como si fuera un pequeño niño al que el suegro debe socializar, es decir, convertir en un humano completo. Por ello, aun cuando en la actualidad exista un término para designar al yerno (hwayenek), éste se superpone con la terminología tradicional en la que el yerno es llamado —al menos al principio— nieto (cheyós) hallándose, por lo tanto, en un estatus de minoridad con respecto a los hermanos menores de su esposa249.

Tanto en el caso achuar como en el wichí, la apertura hacia la alteridad es una condición necesaria para enriquecer y sostener su mismidad. Entre los achuar, la “lejanía de especie” se concreta en lo que ellos consideran como una disparidad en las reglas de la sexualidad entre el “esposo-ajeno” y la esposa. Para los wichí, en cambio, no hay reglas que alcancen para evitar los malos aconteceres que son propios del devenir, ni para evitar la progresiva deglución del mundo propiamente humano, es decir, wichí. Los esfuerzos de reparación son temporarios y limitados. Los conflictos del pasado quedan latentes en la memoria hasta que un suceso desgraciado los vuelva a disparar. En estos tiempos, el esfuerzo por mantener un espacio humanizado implica un profundo pesar y una obcecada resignación.

Si bien siempre existió el mal y la muerte —aun en los tiempos míticos— los ámbitos se encontraban separados. En esos tiempos, los hombres estaban asociados a ciertos animales, especialmente a ciertas aves, y las mujeres lo estaban al ámbito celeste y a las estrellas (Wilbert y Simoneau 1982). Los acontecimientos, fruto del devenir, unieron lo que debía permanecer disjunto250 y dispersaron lo que debía estar unido (la humanidad wichí). Hoy en día, en la medida en que los wichí han perdido la espontaneidad de los tiempos míticos, ellos restringen la confianza al ámbito de los parientes, más precisamente a los consanguíneos más cercanos, que son los que sostienen la vida cotidiana de la parentela wichí. La nostalgia, entonces, estaría manifestando la imposibi lidad del deseo de alcanzar aquella vida plena que ya no es asequible excepto en aquellos ámbitos reservados de espontaneidad en donde, por ejemplo, pueden surgir los cantos como mecanismos terapéuticos.

De modo semejante, Taylor (1996) señala para los achuar esta visión de los propios como una especie y de los semejantes como los verdaderos humanos. La sociedad como especie no puede pensarse más que en el presente, porque el devenir no está legitimado. El único pasado respetable es el del mito que —nos dice la autora— es una representación de la alteridad y no es visto como anterioridad histórica. La historia del contacto —y desde el contacto— está vacía de representación como una interminable y dolorosa transformación, como una serie de eventos. Tal como expresa Taylor, el malestar es la figura privilegiada en la historia de estas culturas (ibid.: 404). Dasso, por su parte, nos confirma prácticamente lo mismo para los wichí. En palabras de esta última: “la sola cultura es la de los wichí. El resto es un conjunto de entes que son ‘otros’ de diversas ontologías y que actúan de modo sospechoso, temible y horroroso” (2008: 181).

Asimismo, este tipo de sociabilidad refleja una peculiar concepción de lo humano. Ya no se es lo que se cree ser esencialmente, porque lo distintivamente humano —a lo largo de ese devenir— se ha ido mezclando con la alteridad radical. Esto se acentúasi consideramos que a lo ajeno se le atribuye una maldad intrínseca que los induce a no saber comportarse, como sí saben hacerlo, en cambio, ciertas aves. 

En síntesis, la nostalgia wichí apela a la continuidad con el mundo mítico e intenta refutar la discontinuidad que se instala con la aparición de los eventos o “malos aconteceres” que provocan comportamientos altamente ritualizados y una sociabilidad que ha perdido su espontaneidad a causa de su extrema cautela.

 

Texto seleccionado del libro: Gran Chaco. Ontologías, poder, afectividad. – De Tola, Medrano y Cardin. Ed. Rumbo Sur